He visto florecer las flores de odio en los balcones, con
forma de bandera que emulan la patria sin llegar a serla.
Soy testigo de cómo un pueblo trabajador se ha llenado de
odio hasta nublar sus sentidos, se ha curtido su rostro por el incesante caer
de lágrimas y le he visto quedarse con las cuencas vacías, a aquellos que se
han llenado de rabia ante la injusticia de una tiranía que les ha azotado año
tras año.
Se han convertido sin quererlo en siervos de un cruel amo,
uno que les puso una mordaza y recortó sus derechos, uno que les pidió un
esfuerzo por salvar lo que ellos llaman patria mientras los amos gozaban, sin
recortes, sin condena a sus crímenes, haciendo culpable al inocente, echando de
su casa a quienes no tienen mientras salvan a los que mueven el dinero, a los
verdaderos culpables. Y ahora veo brotar el odio entre ellos, se está sembrando
día a día, minuto a minuto, la voz del odio sube, se alza y gana poder, sus
susurros son más fuertes, se sienten muchos, lo ven en los balcones, en los
discursos de la gente, vanaglorian épocas pasadas sin tampoco saber de ellas. Los
buenos perecen, ante un gran abismo se encuentran, son silenciados y olvidados,
nadie los escucha, los malos se aprovechan del pueblo ciego y herido que clama
justicia, pero el pueblo no clama justicia, porque no sabe lo que es, nadie le
ha enseñado, busca venganza; piden el ojo por ojo y no saben que se quedarán
ciegos.
El espíritu de mi país parece cambiar al de un sueño de paz
roto, a un recorte de libertades sin piedad, al silencio del que clama
progreso, a la voz del pasado dictatorial, al deseo de cadenas que nos limiten
el caminar, para que nadie se salga de la fila, para todos ser uno más,
rompiéndose así mi sueño de tener un sitio al que llamar hogar.
Lo escribí hace unos meses. Es "escritura automática", es decir, simplemente escribir sin pensar, solo sintiendo, sin buscar formas, una improvisación.
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