Despilfarro
Nunca
antes había creído en la oscuridad, nunca antes había pensado en el frío de esa
forma…
nadie ha visto un futuro tan oscuro, un futuro en el que las lágrimas se
acabaron y los latidos cesaron.
“Llevamos
dos semanas viviendo solos. Nosotros tuvimos suerte, estábamos en el sótano…
Susana Estver ha tenido la idea de que yo; Raúl Farenk, escriba una serie de
cartas cada cierto tiempo para guardar los recuerdos de nuestra experiencia,
por si nadie puede contarla. El frío ya no puede ni llamarse frio…..”
No les
preguntes qué es la codicia, o para que sirve el dinero…
Esta es
una historia en las que unas cartas se entrelazan con la realidad, su realidad.
Capítulo 1º
Se
acababa el verano ya en el pequeño pueblo de Kanest, el pueblo situado en una
pequeña meseta había gozado gracias a su río un fresco verano. Los alumnos
regresaban al colegio, las compras en las tiendas comenzaban pues la ropa, el
material, en estas fechas eran muy solicitados por los niños y las rebajas
adornaban los precios de los productos. Los institutos se volvían a abarrotar
del bullicio de los adolescentes, en los trenes regresaban o se iban personas
que habían decidido pasar el verano dentro o fuera, como cualquier otro año se
diría que la normalidad y la estabilidad del año regresaba. Desde los más
pobres a los más ricos el fin del verano suponía el inicio de la rutina o el
comienzo del trabajo, un ejemplo muy claro era el de profesor, todos los
profesores aunque ya llevaban tiempo preparando el curso empezaban ahora
verdaderamente su trabajo, los alumnos eran su mayor dificultad, desde los
cursos más bajos a los más altos siempre había un problema, ya podía ser humano
o personal.
Era el
primer día de clase del curso, los niños desde su casa iban andando hasta su
instituto, el pueblo de Kanest era muy privilegiado pues contaba con todos los
centros de educación hasta bachiller esto debido simplemente a que se
encontraban en una meseta muy escondida en una de las partes más altas
habitables de la montaña. Los alumnos entraban y abarrotaban los pasillos y
clases, hablaban sin parar con sus amigos; que se habían comprado, donde habían
pasado su verano, que les habían regalado o que se iban a pedir por reyes o en
su cumpleaños. La necesidad de la compra aumentaba, al ver lo que los demás
tenían todos empezaban a tener la necesidad de comprárselo, un móvil mejor,
ropa más moderna, un casco nuevo, cosas así. Tras finalizar la jornada de
enseñanza, todos se marchaban a mayor velocidad de la que entraron.
En una
pequeña calle, bajando una cuestecita, se encontraba una casa que hoy en día
con los avances que hay se llamaría; humilde y acomodada. Dos hermanos entraban
juntos por la puerta, su madre, en el salón estaba sacando la ropa de
otoño-invierno, al entrar se saludaron y comentaron como les había ido el
primer día, al terminar cada uno recogía su ropa y subía a su cuarto. Como
todas las casa de Kanest, las habitaciones se encontraban arriba con un
servicio y abajo un cuarto de baño, el salón, la cocina, y la casa perteneciente a familia adinerada
tenía más salas, piscina o patio, cosas que los habitantes humildes de Kanest
compartían, su patio era el parque y su piscina era el rio. A pesar de que los
habitantes de Kanest no contaban con muchos recursos económicos, haciendo
algunas excepciones, vivían bastante bien, los bancos concedían prestamos
fácilmente y la forma de pago por meses era muy cómoda para el trabajador
humilde.
Su madre
los llamaba para comer, ambos bajaban rápidamente por las escaleras, su padre
todavía no había llegado del trabajo, los tres en la mesa empezaron a comer,
uno de los hermanos encendió la televisión, cambiando de canal buscando algo
que le gustase.
- Diego,
deja las noticias que me gustaría ver que dicen.- dijo la madre.
- Mamá, las
noticias lo único que cuentan son cosas malas y sobre la crisis, para eso mejor
no verlas.- dijo Diego, aunque dejó las noticias.
- Sí, pero
ya sabes lo que dicen, más vale malo conocido que malo por conocer.- dijo la
madre.
El
hermano que hasta ahora no había hablado empezó a reírse, intentando
disimularlo.
- Dime
Raúl, ¿Ahora que he hecho mal?- dijo la madre con tono de indignación.
- Lo siento
mamá, es que es; más vale mal conocido que bueno por conocer.- dijo Raúl.
- Ya está
el empollón, cómo ha ido al cole y ha visto a su novia Susana se cree más listo
¿verdad?- dijo Diego.
- Es eso
verdad, ¿Tienes novia?- dijo su madre.
- No es
cierto, solo es mi amiga, yo nunca he tenido una y menos varias a la vez.- dijo
Raúl comiendo un trozo de pan con una sonrisa picara.
El
hermano hizo un gesto para pegarle pero su madre fue más rápida y le pegó a él
- ¿Cómo qué
has tenido varias novias a la vez?- dijo la madre mal humorada.
- Es que no
conseguía cortar con la otra.- dijo Diego en su defensa.
- ¿Cuánto
tardaste?- dijo la madre.
- Una
semana.- dijo Diego agachando la cabeza.
- Bueno,
esta vez no te voy a castigar, pero no hay escusas y además -se paró a pensar-
no le hagas nada a tu hermano, te lo mereces por meterte con él.- dijo la madre
levantándose de la mesa con su plato.
Diego le
echó una mirada intimidante a su hermano pero hizo un gesto de aprobación, Raúl
se limitó a seguir comiendo. Cuando su madre volvió empezó a retransmitirse por
la televisión un informativo de última
hora, en la pantalla se apreciaba un presentador vestido de chaqueta que
empezaba a hablar, debajo de él se enmarcaba en rojo un titulo muy peculiar
“Bajamos estrepitosamente”. El presentador comenzaba a hablar.
- Buenas
tardes, interrumpimos el telediario para ofrecer un informativo especial. Las
acciones del país han bajado junto con nuestra reputación económica, según estos
informes el país ha pasado a un estado de crisis más profundo, en el que el
país tardará bastante en recuperarse, se espera que tardemos más de un año en
volver a recuperarnos, lo peor, según los políticos, es que la mayoría de
empresas quebrarán dando lugar a un hundimiento más profundo del país, por ese
mismo motivo nuestro presidente nos pide que no abandonemos el país, que
luchemos aquí, aquellas empresas que puedan quedarse que se queden aunque no
vivan adineradamente sus accionistas, aquellos que se queden serán
recompensados.
El
informativo desapreció, volvió a verse el telediario, en ese mismo momento
entró en la casa el padre de Diego y Raúl.
- ¿Has oído
lo que dicen las noticias?- le preguntó la madre.
- Sí,
aunque lo he oído de mi jefe, que es peor, dice que para el mes que viene habrá
recorte de presupuesto por lo que los médicos cobraremos menos por nuestro
trabajo, que le vamos a hacer, tendré que trabajar más horas para mantener mi
sueldo.- dijo el padre sentándose en su sillón.
- ¿Cuántas
horas serán?- dijo la madre angustiada.
- No lo sé,
depende del recorte.
- Nosotros
podemos ahorrar, para no tener tantos gastos, lo más importante es la comida,
la luz, el agua y esas cosas, nos podemos privar de los caprichos.- dijo la
madre.
- Esta bien
Mónica, podemos intentarlo.- se limitó a decir el padre.
Por la
mente de Raúl pasó un mal presentimiento, su padre no solía llamar a su madre
por su nombre de no ser que estuviese enfado. Por supuesto que su madre hacía
lo mismo, Raúl creía que era un método para indicar peligro delante de ellos,
sin que no se enterasen. Por eso pensó “mejor no inmiscuirse”. Diego a
diferencia de él decidió levantarse e ir a su cuarto, siempre lo hacía cuando
las cosas no estaban bien.
Raúl
decidió hacer lo mismo, subió a su cuarto y decidió ponerse a estudiar.
Capítulo 2º
Las
semanas pasaron, rápidas para algunos y demasiado dolorosas para otros, muchas
tiendas cerraron, cientos de personas emigraron del pueblo lo más rápido que
pudieron, los pocos adolescentes que quedaban se mofaban de algunas calles, les
decían “mira esta calle a cambiado de nombre, ahora se llama; calle se vende”,
las risas de los jóvenes eran muy justificadas, varias calles del pueblo habían
quedado desiertas, con el cartel de “se vende” en cada casa. El silencio en los
adultos predominaba, los extranjeros ya no eran los que pedían en las puertas
de los supermercados, ahora eran los mismos habitantes natales del pueblo,
aquellos que en sus días de gozo habían dicho cosas como “trabaja” o “vuelve a
tu país y no le robes a este” y ahora más de uno piensa “¿y si alguno de ellos
era de aquí?, ¿con esas ropas?”.
Las tres
de la tarde, Raúl regresaba a su casa, por el fondo oye una voz que lo llama,
al girarse vio a Susana.
- Espera -dijo
jadeando por el cansancio de haber corrido-, no te he podido ver en todo el día,
toma, esto es para ti.-tendiéndole una caja de madera.
Él la
abrió, en su interior había una pluma, por el aspecto bastante cara. Al verla
se la devolvió.
- ¿Qué
haces? Es un regalo, felicidades, es tu cumpleaños.- dijo Susana devolviéndole
el regalo.
- Hoy no es
mi cumpleaños.- dijo Raúl.
- Perdona,
pero hoy es tres de noviembre, es tu cumpleaños, jamás se me olvidaría, recuerdas,
cuando éramos pequeños tú siempre me decías que era muy pequeña y yo te decía
“solo tres día más que tú” y al final siempre me dejabas tus cosas.- dijo Susana
con una gran sonrisa.
- Sí, me
acuerdo, pero no puedo aceptarlo, yo no tengo nada que regalarte.- dijo él
agachando la cabeza y comenzando a andar.
- Anda, eso
no importa, mira eso era de mi abuelo, que nadie en mi casa lo quiere y no hay
quien lo compre, por lo que pensé en ti, tienes muy buena letra y se te da muy
bien escribir, ahora tienes una herramienta a tu medida.- dijo ella con una
sonrisa pero titiritando de frío.
- No puedo
aceptarlo, toma, no tengo nada que darte por tu cumpleaños, me sentiría mal.-
dijo Raúl.
- Mira, que
te parece si me regalas un poema escrito con la pluma, eso será un gran
regalo.- dijo Susana.
- Está
bien, te escribiré un poema, ahora entra en tu casa que te vas a morir de
frío.- dijo Raúl.
Susana
abrió la puerta de su casa y se despidió con una sonrisa.
Raúl
siguió su camino, se había alejado un poco de su casa, acompañando a Susana a
la suya, la pluma que le había regalado era de color granate, fina y bastante
bien cuidada, tendría que escribir un gran poema para recompensarla.
Al entrar
su madre le pregunto el por qué de su tardanza y él le dijo la verdad, su
hermano extrañamente no dijo nada al respecto, la tarde pasó muy rápida para
Raúl, estaba muy ocupado con el poema.
A la
mañana siguiente la televisión volvió a anunciar un informativo especial, el
mismo hombre dio la noticia de que el presidente había salido del país para
arreglar unos asuntos en un país extranjero, según el informativo si todo salía
bien, el país volvería a la normalidad económica. Ninguno de la familia hizo
algún comentario, salvo Susana.
- Mamá, ¿Tú
crees qué será verdad?- dijo Susana a su madre.
- ¿Quién
sabe?, quizás estos políticos hayan descubierto algo que nos salve, anda toma
tu desayuno para el instituto y vete, que vas tarde.- dijo la madre metiéndole
prisa.
Al salir
por la puerta vio a Raúl, la estaba esperando bajo de la nieve, titiritando de
frío.
- ¿Qué
haces aquí? ¿Y sin paraguas? Anda ponte debajo del mio.- dijo Susana poniéndolo
debajo del paraguas y empezando a andar.
- Es que
solo tenemos un paraguas y lo tiene mi hermano, he venido para darte el poema,
estoy impaciente porque me digas tu opinión.
Susana
leyó el poema, lo miró a los ojos y le dio un beso en la mejilla.
- ¿Qué
haces?- dijo Raúl extrañado.
- Es que
este poema es mucho mejor que mi regalo, tenía que compensártelo con algo, ¿Por
qué? ¿No te ha gustado?- preguntó sonrojada.
- No, no es
eso, pero temía que mi hermano me hubiese cambiado el poema sin que me hubiese
dado cuenta. Por qué el poema no es de amor ¿Verdad?
- No.- dijo
comenzando a reír.
En el
recreo Susana buscó a Raúl, ya no había mucha gente, por lo que no le fue
difícil encontrarlo, estaba junto a un amigo, según recordaba Susana eran
cuatro los amigos de Raúl, supuso que se habían mudado, los invitó a que
pasaran el recreo con un grupo al que les dejaban pasar el recreo en una clase
con calentador. Por supuesto todas las clases tenían calefacción pero por
recortes de presupuesto lo apagaban en las clases de los mayores. Susana estaba
en cuarto, en otra clase diferente a la de Raúl, pero la hermana de Susana
estaba en primero y por eso a ella si le dejaban que entrase en la clase. Ya no
quedaban muchos profesores, de echo el director se había fugado sin que nadie
supiese a donde había ido, algunos profesores se veían obligados a dar otras
materias, aunque algunas materias habían sido suspendidas, las horas se habían
acortado para que los niños fuesen antes a sus casas, el calentador de la
escuela era muy viejo y funcionaba con leña, es decir, era una caldera, de vez
en cuando se estropeaba pero el instituto no contaba con dinero desde hacía
años para poner una eléctrica. Las clases se daban vagamente, no había dinero
para material, los folios, tizas y demás se estaban convirtiendo en un bien
preciado. Había días en los que algunos profesores se ausentaban o miraban
exageradamente su móvil, alguno comentaba entre murmullos y por lo que algunos
alumnos contaban, estaban esperando que alguien los sacase de allí, comentaban
que si se quedaban en este pueblo morirían, aunque no solo los profesores,
también los alumnos presumían de que se iban a marchar pronto, después de todo,
como decía Diego “hay gente con suerte”, en efecto, el país era una perfecta
paradoja, algunos contaban con muchísimo dinero y otros ya no tenían ni donde
caerse vivo, una expresión muy peculiar pero era la que usaban la mayoría de
los habitantes del pueblo–adolescentes-, para ellos significaba que ni tenían
donde morir, ni donde vivir, algo que era muy, muy cierto.
Así empezaron
a discurrir lo recreos y la vida en el pueblo, hoy no te podías levantar sin
saber si otra persona había desaparecido o un lugar había cerrado, la situación
del pueblo era grabe, el padre de Raúl era el único médico que quedaba y de
enfermeros y ayudantes usaba a su familia. Desde la carnicería hasta la
pescadería, todas las tiendas se cerraban una noche para no volver a ser
abiertas, el congelador del mercado estaba vacío y la luz se había cortado, el
ayuntamiento había quedado desierto, nada quedaba en él, todos los centros
públicos se habían quedado desolados, abandonados, excepto uno, el instituto,
la profesora de historia se había quedado por un tiempo y daba clase, en una
misma aula, a alumnos desde infantil hasta secundaría, cada día había menos
alumnos y menos material. La profesora decía que no podía seguir así, que se
quedaría sin comida muy pronto.
A medida
que pasaban los días las cosas vitales de la vida se estaban convirtiendo en un
lujo y algo impagable. Muchas eran las familias que se llevaban las manos a la
cabeza con la factura de la luz o agua, por mucho que ahorrasen seguía siendo
algo tremendamente caro, y los ahorros del pueblo habían bajado las facturas
hasta los trece euros por familia, era demasiado. La radio, la tele y los
diversos medios de comunicación anunciaban cada vez más que el índice de
suicidios aumentaba, la gente se mataba. La depresión y la falta de recursos
estaba dando lugar a que la gente un día de buena mañana cogiese su coche y con
toda la familia, desde abuelos hasta bebes, se tirasen por acantilados, era impresionante
ver en la televisión como los voluntarios sacaban los coches y dentro se veía
el cuerpo de mujeres embarazadas, gente abrazada y con el último reflejo en su
cara, de pena y dolor, no había miedo en sus miradas, no había paz, ni siquiera
había esperanza, lo único que había era el dolor y la angustia. Desde las
ciudades más grandes hasta los lugares menos poblados lo único que quedaba vivo
era el desolado silencio de no tener nada para vivir, todo se vendía, nada se
compraba, la gente que un día alzaba gloriosa sus joyas ahora estaba pensando
en comérselas o se encontraba fuera del país. La prensa, la publicidad, el
chismorreo de los famosos, la sanidad pública, la religión, todo había
desaparecido y perdido valor, las imágenes de deidades eran vendidas al mejor
postor, o al único, glorioso era el que podía decir, tengo internet en casa. Todos
los años de avance, todos los intentos de la humanidad de ser, de vivir mejor,
destruidos, disipados, el menor recuerdo queda de ellos y sobre todo la esperanza.
Lo único que se podía desear era llorar, lo único que se podía rezar, orar o
cantar era la esperanza, que, para ser lo último que se pierde, no había ni
rastro de ella. La gente estaba tan desfallecida, agotada, hambrienta, que no
quedaba ni un soplo de aliento para quejarse, agachar la cabeza y pedir
limosna, lo único que se podía o debía hacer era pedir limosna, atrás quedaron
los tiempos en los que la gente reía, gozaba y se quejaba de su
insignificancia, ahora solo quedaba entre la sociedad los muertos y los que
casi lo eran.
Comenzaba
otra fría mañana de invierno, la nieve ya se acercaba a ser más hielo que nieve,
Raúl y su hermano entraron en el instituto, debido al tiempo solamente iban a
dar una clase. La profesora se encontraba sentada sobre la mesa, al lado de la
salida del aire, junto con lo niños pequeños que sentados en una alfombra
cantaban, los mayores se sentaron cada uno en un escritorio y empezaron a mirar
a la profesora esperando que esta dijese que iban a hacer. La profesora una mujer
de altura media, morena con el pelo rizado y ojos color miel, llevaba como
todos los presentes un atuendo estrepitosamente abrigado y abultado, esbozó una
sonrisa triste y se dirigió hacia Susana. Raúl se quedó mirándola, estaba
radiante con una de sus sonrisas en la cara, sus ojos verde olivo, grandes y
abiertos, hacían estremecer a cualquiera, sus labios carnosos, su delicada piel
blanca como el papel, que Raúl por sus manos sabía que era tan suave y lisa
como la seda, su cabello negro, largo hasta su cintura, liso pero con pequeñas
ondulaciones por el final, sus pequeñas orejas que parecían flores silvestres,
su nariz, pequeña, con ese contorno perfecto que hacía estragos entre las demás,
quizás no fuese la más bella del grupo, pero varios del grupo así lo pensaban,
entre ellos estaba Raúl. La voz dulce y aterciopelada de Susana daba los demás
un caluroso “Buenos días”.
- Susana
reparte los libros. Bien, estos libros han de ser vuestro tesoro, son lo único
que os van a salvar de ser incultos, pero tampoco es que valgan mucho-hizo una
pausa-, hoy os voy a dar la noticia que lleváis soñando no oír nunca; me voy. No
puedo continuar aquí, si lo hago moriré de hambre y frío este invierno, y mi
consejo es que os valláis también, es imposible sobrevivir aquí en invierno,
sin electricidad, por no hablar de la comida….- dejo de hablar, agachó la
cabeza y se sentó en la mesa.
- Pero,
¿Qué va ser de nosotros? Tú eres la única profesora que queda, de hecho, eres
la única en todo este pueblo que vale para algo, solamente queda mi padre,
todos los demás son gente de campo, camareros o yo que sé.- dijo Diego medio
gritando.
- No me
puedes pedir que me quede, tengo hijos, familia y yo no tengo culpa de que
vuestras familias se queden para pasar el invierno aquí.- dijo la profesora
empezando a llorar.
- No
tenemos a donde ir.- dijo una chica que estaba sentada al lado de Susana, su
cabello era castaño, le llegaba a los hombros, sus ojos grises, su piel blanca,
no tenía mucho labio pero se apreciaba que eran de color rosado, su voz, no era
melodiosa pero sí fuerte y denotaba su carácter.
- Lo
siento, de verdad, os tengo aprecio, pero no puedo hacer nada más, tengo
veinticinco años, no me pidáis que malgaste mi vida pudiendo salvarla.- se
secaba las lágrimas y respiraba entrecortadamente.
- Esta
bien, no pasa nada, no tiene que disculparse, es lógico lo que quiere hacer, lo
que nos pasa es que deseamos lo mismo para nosotros, la envidia ciega el cariño
que tiene cualquiera.- dijo Susana con seriedad pero reconfortando a todos en
la sala, incluso los niños se habían callado para escucharla.
Al unísono,
todos se levantaron y abrazaron a la profesora, ella respondió al abrazo e hizo
una gracia para que el ambiente fuese menos triste y tenso.
La
profesora les dijo que podían hacer, les dio los libros y todos comenzaron a
leer para si mismo. Pero la profesora dio la vuelta, se volvió a sentar al lado
de los niños y llamó su atención.
- Escuchadme.
No os rindáis nunca, no abandonéis, sacad fuerzas de donde podáis, luchad,
haceros valer, que nadie os quite el derecho a vivir, y cuando digo vivir, me
refiero a vivir de verdad, no os engañéis, ni engañéis a nadie. Haced todo lo
que podáis, sea lo que sea, lo importante es que valéis, de verdad, sois todo
lo que queda en este pueblo y quizás todo lo que quede.- dijo la profesora, al
acabar justamente empezó a sonar su reloj digital indicando que era la hora.
Todos se
despidieron de ella deseándole lo mejor para su vida, lo mejor para su futuro,
los pequeños estallaron en lágrimas, por un momento, el frío y todo el dolor
del mundo había desaparecido, ahora era llanto y alegría, pero a Raúl no le
duro mucho, cuando llegó a su casa vio que su padre estaba llorando. Diego
preguntó que ocurría, la respuesta envenenaba más que ver a sus padres, no
tenían para comer y él se iba, iba a trabajar fuera, el gobierno había llamado
o comunicado de la forma posible a todo aquel con estudios para que fuese a
trabajar a la capital, la familia cobraría una pensión y así podrían subsistir.
Por la
mente de Raúl pasó una idea que lo dejó con un escalofrío durante todo el día
“si el gobierno estaba en crisis, como iba a pagar”
La mañana
siguiente resultó tremendamente triste, como todas las mañanas el frío era
quien despertaba a todo el mundo, cuando Raúl llegó a la cocina vio que su
madre estaba sentada esperando a que alguien se levantara para desayunar. Su
padre se había ido la pasada tarde y ella había enmudecido, las sinuosas y
bellas formas de la joven madre que era habían desaparecido, el hambre y el
hambre por amor la estaba consumiendo, lo que ocurría en casi todas las casas
pero en la suya era más evidente y exagerado, su madre no comía para poder
darles de comer a ellos. Era algo evidente y entre los jóvenes del pueblo fue
denominado “hambre por amor”, por supuesto que todo el mundo le había dicho a
sus padres que no lo hicieran, pero era inútil, ellos se revelaban o se hacían
los sordos, llegó un momento en que nadie quiso quejarse más, ellos mismos
pasaban hambre. Las comidas se habían vuelto muy diferentes, se servía poco y
solamente se comía en el desayuno y en el almuerzo, los padres que pasaban hambre por amor solamente
cenaban, quizás una rodaja de pan, si tenían suerte claro. Raúl sabía
perfectamente que si comían por las noches era para poder dormir, aunque sus estómagos
apenas tenían fuerzas para quejarse, quizá fuese para poder despertar a la
mañana siguiente.
El
desayuno se basaba en pan con leche, apenas una pequeña rebanada. Al rato bajó
Diego, iba completamente abrigado, solo se veía parte de su cara; sus ojos
azules y algún que otro mechón de pelo rubio sobresalía por su gorro, esbozó
una sonrisa con su labios carnosos, los hoyuelos se le formaron en las mejillas.
Normalmente era un chico en forma y bastante bien nutrido, sin llegar a estar
obeso, pero ahora nadie comía bien, hasta el más gordo ahora debía darle dos
vueltas a su correa para que no se le cayese el pantalón, era triste ver como
la comida había adquirido tanto valor. Los dos comieron sin decir nada a nadie,
solo se escuchaba el masticar y el sonido de rozamiento que producían los
chaquetones.
- Mamá, la
profesora ya no esta, ¿Vamos al instituto?- dijo Raúl como si el haber roto el
silencio hubiese sido pecado.
La madre
levantó la mirada, llevaba todo el tiempo mirando sus manos entrelazadas sobre la
mesa.
- Haz lo
que quieras, yo voy a comprar comida.- se levantó, cogió su abrigo y salió a la
calle.
- No esta
muy contenta.- se limitó a decir Diego.
- ¿Crees
qué encontrará comida?- preguntó Raúl dando vueltas al filo de la taza con su
dedo.
- Esperemos
que sí, pero ¿Qué vas a hacer con lo del instituto?- preguntó Diego.
- Pues,
creo que nosotros deberíamos ser ahora los profesores o algo así.- dijo Raúl
mientras recogía la mesa.
- No es
mala idea, de hecho yo misma iba a planteárosla.- dijo Susana que entraba por
la puerta.
- ¿Cómo nos
has oído?- dijo Raúl ofreciéndole asiento.
- La puerta
estaba abierta, que aproveche.- dijo Susana mirando el desayuno de Diego.
- La puerta
abierta, no será que desde pequeña te ha encantado colarte en la casa- dijo
Diego a forma de indirecta- todavía no sé como lo haces.
- Muy
simple, llamo a la puerta y si el palurdo que vive dentro de la casa no me
abre, voy y entro, para eso es mi amigo uno de los propietarios.- dijo Susana
de forma burlona.
Raúl
comenzó a reírse, Diego enrojeció y se quedo pensando en que podía contestar,
pero Susana se le adelantó.
- Ni lo
intentes- dijo mirándolo seriamente, al ver que Diego desistía se volvió hacia
Raúl- ¿Hacemos entonces lo del instituto?
- Sí,
claro, solo haría falta el permiso de nuestros padres.- dijo Raúl aún con una
sonrisa en el rostro.
Mónica
regresó unas horas más tarde. Tenía una barra de pan bajo el brazo. Raúl le
preguntó acerca de lo que había acordado con Susana, la madre no puso objeción.
Estaba cansada, se llevaba las manos a la cabeza y parecía ausente,
preocupada….
Diciembre,
el primer mes más duro del año para los habitantes de Kanest. La nieve se había
convertido en hielo. En el pueblo aun quedaban tres máquinas para hacer
habitables las calles, estas se ponían por la mañana, sin ellas el pueblo
quedaría sepultado. Detrás de las máquinas quitanieves andaban con paso firme
la juventud del pueblo; tres niños de parvulario, cuatro de primaria, cuatro de
primero de secundaria y cuatro de cuarto de secundaria. Avanzaban risueños,
aunque hacía un frío glacial. Susana iba de la mano con los pequeños y Raúl
discutía con su hermano que debían hacer ese día. En otra época, ningún centro
de enseñanza de allí cerraba hasta el primer día de enero, pero ahora no
quedaba nadie que pudiese enseñar, los alumnos se resignaban a no hacer nada,
necesitaban distraerse y en su casa con los problemas familiares y el frío solo
iban a encontrar la desesperación. Ocupaban la clase más cercana a la caldera
del centro, habían cortado todo suministro a las demás aulas, se alumbraban con
linternas y utilizaban los libros que la profesora les había dejado. Ninguno de
ellos podía creer que la educación fuese ahora su única salvación, lo único que
tenían para apartarse de aquel mundo tan caótico. Por ello hacían lo posible
por olvidar al resto del mundo, ya se habían acostumbrado a comer poco, a no
tener luz y a no depender de nadie. El silencio de los padres era cada vez más
frío, incluso Mónica, una de las mujeres más jóvenes del pueblo, se había
convertido en una sombra y ya no tenía fuerzas ni para hablar. Las madres con
niños pequeños agradecían a los que mantenían el instituto abierto, necesitaban
buscar comida, aunque por la tarde se los devolvían porque los mismos jóvenes
buscaban ya comida. Con un arco y flechas buscaban ciervos, conejos, cabras… El
instinto de supervivencia de la especie humana es muy fuerte. La caza había
sido fructífera, esa noche todos comerían carne.
Raúl
observaba a su madre, había recuperado peso, pero no dejaba de estar en
silencio. Hacía semanas que no recibía cartas de su marido, el cartero no había
vuelto al pueblo. Las demás madres la consolaban con la idea de que la nieve no
le permitía subir, pero para ella no era suficiente. Raúl la conocía lo
suficiente como para saber que ocultaba algo, algo aterrador y que nadie
debería saber. Apenas quedaban personas en el pueblo; madres, ancianos, niños y
adolescentes.
Frío,
mucho frío, eso lo despertó, las seis de la mañana. Se asomó por la ventana y
allí lo vio. Raúl la esperaba abajo, su hermano sujetaba un paraguas mientras
él recogía a unos niños de sus casas. La escuela volvía a ponerse en marcha. Se
vistió rápidamente, se comió su desayuno y se fue. Su madre apenas mostró
indicio de haberse percatado de su prisa. Se aproximó a Raúl, iba de la mano
con dos niños que titiritaban de frío. Cogió a uno de ellos en brazos.
- Dime,
¿Qué nos vas a explicar hoy?- su sonrisa era amplia, pero sus ojeras no dejaban
ver su belleza, para Raúl fue peor que aquel frío.
- La
segunda guerra mundial, creo que será interesante.- el frío estaba causando
estragos en todos los habitantes- ¿Y tú con los niños?
- Contaré
un cuento, les gustará.- Se quedó mirando al frente con una profunda angustia.
- ¿Qué te
pasa?
- Eres la
única persona capaz de ver si estoy triste, cada vez estoy más segura- bajó al
niño de sus brazos y lo llevó de la mano-. Tengo un mal presentimiento.
Entraron
en la escuela, el conducto de ventilación de la clase no funcionaba, pasaba muy
a menudo, y como siempre bajaban todos a la sala de la caldera para solucionar
el problema. Diego había conseguido encender la caldera pero por alguna razón
no llegaba el calor a la clase.
- Tendremos
que utilizar otra clase.- dijo la amiga de Susana, la que siempre estaba a su
lado.
- No, eso
nos dejaría sin leña, las demás clases están demasiado lejos, yo creo que nos
deberíamos quedar aquí.
Raúl
cerró la puerta y comenzó a explicar su lección. Habían realizado un horario,
cada día daba una persona diferente la clase, eso dejaba que todos ellos
pudiesen explicar algo. Mientras Susana y su amiga atendían a los niños.
- Susana,
¿no escuchas ese ruido?
- ¿Qué
ruido?- Susana intentó encontrar el sonido al que se refería su amiga, pero no
lo encontró-. No sé, Clara, quizás sea un animal.
- No, son
pisadas de botas, y botas con pinchos-hizo una pausa- Mi padre me enseñó a
cazar, lo sabes, y te digo que nuestras madres no son.
Susana se
levantó y miró por la pequeña ventana del sótano. Entonces todos oyeron
claramente unos caballos y unos hombres hablando y riendo a la vez. Con lo
esperanza de que fuesen salvadores más de uno intentó salir pero Diego les
impidió el paso.
- No
valláis, son bandidos mirad.
Todos se
aproximaron a la ventana, Clara gritó horrorizada. Llevaban a una mujer en un
carruaje, no pudieron identificarla pues le habían cubierto la cara con un
trapo, junto a ella había joyas, candelabros, radios y demás. Raúl atrancó la
puerta, y tapó las ventanas. No sabían que sucedía fuera pero no lo deseaban
para ellos. Se acurrucaron en una esquina y hablaron entre susurros, Susana
apenas conseguía que los niños no llorasen.
- ¿Qué
sucede?-le susurro Susana a Raúl al oído.
- Mi madre
nos contó que había un grupo de bandidos o algo así, están en contra del
gobierno, roban, matan…No sabemos mucho, mi padre apenas lo describió en su carta,
solo nos deseó que no nos cruzásemos en su camino.- respondió él de la misma
forma
- Esto es
una locura, nada tiene sentido.- dijo Susana rememorando el drástico cambio que
habían sufrido sus vidas.
- Hace
mucho tiempo que nuestras vidas perdieron su sentido.
Enmudeció,
se oían las voces de unas personas por el instituto, gritaban y vitoreaban:
larga vida a Alex, jefe de los Kalís. Inconscientemente y a pesar de
encontrarse en una sala completamente a oscuras, solo con la actividad de la
caldera, se encogieron y juntaron, haciendo lo posible por ser invisibles.
Incluso los niños de cinco años habían dejado de llorar, con las lágrimas por
el rostro miraban sus pies, esperando al silencio. El silencio, cuando lo
encontraron en sus seres queridos se convirtió en una desgracia, ahora era la
mayor de las bendiciones.
Pasaron
horas, hasta que solo quedó el sonido de sus entrecortadas respiraciones. La
caldera había perdido fuerza, si no la encendían se apagaría. Su miedo porque
ellos siguiesen allí los mantenía inmóviles. Raúl miraba a su hermano, seguía
mirando sus pies como todos, solo él se había atrevido a levantar la cabeza. No
comprendía porque se habían puesto de aquella forma, estaban completamente a
salvo, por lo menos nadie podría verlos, no tenían motivos para estar
encogidos, sin embargo el pánico es capaz de controlar a las persona. Puso la
mano en el hombro de Susana, está levantó la cabeza y lo miró.
- ¿Crees
qué se han ido?- preguntó con lágrimas en los ojos.
- Podemos
esperar, hasta que nos sintamos seguros.-miró a su hermano, el cual parecía
impasible.
- Tenemos
que ir a por madera, si no nos moriremos de frío.- dijo Diego.
- Pues
entonces que se queden aquí los niños con alguien.- dijo Raúl.
- Yo me
quedaré.- se ofreció Susana.
- Voy con
vosotros.- saltó Clara bruscamente.
Raúl vio
como Susana reconfortaba a su hermana, se levantó y siguió a los demás. No
quería marcharse, sabía que no iba a encontrar nada bueno, quería quedarse con
Susana, hacía tiempo que ya no se sentía cómodo sin la presencia de ella.
Por todo
el instituto había cristales rotos, muebles entre los que habían rebuscado,
papeles por el suelo, extintores gastados… En el exterior no había nadie, de
ellos solo quedaba su marca en la nieve. Diego sin comentar nada comenzó a
seguirlas, Clara y Raúl se limitaron a acompañarlo. Al cabo de media hora
vieron que conducían al exterior del pueblo.
- ¿Volverán?-preguntó
Clara.
- Depende
de lo que hayan dejado aquí, de lo que no hayan robado.- Diego dio la vuelta y
comenzó a recorrer las calles del pueblo.
Todas las
casas habían sido saqueadas, las familias que quedaban en el pueblo
secuestradas. Entraron en cada casa, una tras una, gritando desesperadamente
“¿Ahí alguien?”. Caminaban entre la nieve como podían, llorando y viendo todas
las puertas abiertas, todas las casas destrozadas.
- Venid, la
casa del señor Pascal está cerrada, quizás se haya salvado- gritó Clara
mientras abría la puerta.
Nunca
antes había deseado tanto no haber entrado en la casa del bueno del señor
Pascal, el panadero del pueblo había sido asesinado de un tiro en la frente,
estaba tendido en el suelo, la sangre se había congelado a su alrededor.
- Es el
tercero ya.- dijo Diego a Clara que lloraba desconsoladamente en los brazos de
Raúl.
- ¿Cómo que
el tercero?- fue lo único que pudo decir.
- Hemos
encontrado a otros dos ancianos más, por lo que sabemos solo se han llevado a
los jóvenes, a los demás los han asesinado.- le explicó Raúl.
- No es
verdad-los nervios le hicieron un nudo en la garganta-. No es verdad, mi madre
está bien, habrá huido a la montaña, volverá a la noche.
- En el
pueblo solo quedaban mujeres y ancianos, no creo que hayan dejado escapar a
nadie.-se mordió el labio-. Solo quedamos nosotros, los que nos escondimos en
el sótano del instituto.
Clara no
habló más, se levantó y se dirigió hacia el instituto. Raúl miró a Diego, este
se limitó a seguirla. Raúl entró en el sótano con algo de madera, tras él entró
Clara llorando pero sin hacer ningún sonido. Susana se acercó a Raúl.
- ¿Qué ha
pasado?-se atrevió a preguntar.
Raúl tiró
la madera al suelo y estrecho a Susana entre sus brazos tan rápido como pudo.
Susana no supo como responder, por lo que se limitó a abrazarlo. Era la primera
vez que veía llorar a Raúl, nunca había llorado por nada, sin embargo ahora
parecía que le habían destrozado. Ella acarició su pelo e intentó reconfortarlo
pero no podía evitar pensar que su pena también era suya. Él se acercó a su
oído y le susurro “se han llevado a nuestras madres, ya no queda nadie” En ese
momento Susana se separó de él y lo miró a los ojos, temblando se acercó a
Clara y comenzó a llorar en silencio. Raúl se quedó de pie mirándola, creía que
estaban muy unidos pero por lo que vio no era así. Echó los trozos de madera
que habían conseguido y esperó a que todos se calmasen.
- Escuchad-
esperó a que todos estuvieran atentos-. Tenemos que salir a fuera, todos los de
secundaría,-hizo una pausa- debemos solucionar los problemas que tenemos.
Salgamos a la sala contigua a está y hablemos.
Todos,
excepto Clara le obedecieron, la dejaron a ella al cargo de los niños.
- Sé que
sois de primero- hizo una pausa- pero debéis ayudarnos, por muy duro que sea
nosotros cuatro no podemos hacerlo todo.- Miró a Susana, ella intentó sonreír
para darle ánimos, eso le dio fuerzas-Veréis, se han llevado a nuestras madres,
ya no queda nadie en el pueblo, salvo nosotros y el invierno empieza dentro de
tres días, debemos movernos o moriremos.
- Ya
sabíamos que se habían llevado a nuestras madres, nos lo dijo Clara, y que han
matado a todos los ancianos del pueblo.- dijo una de las más mayores de primero,
permanecía sería pero se convulsionaba levemente.
- Bueno,
solo hemos encontrado tres, quizás tengamos suerte.- miró a la joven, era
Elisa, una niña con la piel morena y una larga melena negra, su padre era
africano y su madre originaría del pueblo.- Bueno, veo que estáis haciendo un
gran esfuerzo, podéis llorar, pero ahora no, ahora hay que sobrevivir y ya nos
lo dijo el profesor de filosofía; el instinto de supervivencia es muy fuerte.
Debemos limpiar el pueblo, sepultar a los que han fallecido.
Diego no
dijo nada, no era de extrañar, Raúl era famoso por tener un corazón un tanto
insensible, una de sus muestras era que no lloraba. Salieron del instituto y
formaron tres grupos dos de tres y uno formado solamente por Diego, se había
ofrecido a sepultar a los fallecidos y evitarles el sufrimiento a los demás.
Los otros grupos estaban liderados por uno de los mayores. Entraban en las
casas y cogían lo que podía serles útil; pilas, linternas, mantas, abrigo,
velas, comida… Cuando llegaban a la casa de uno de los asesinados lo
arrastraban como podían y lo llevaban a una carretilla, Diego los llevaba a un
lugar apartado y los dejaba puestos de la mejor manera posible. Cayó la noche
cuando por fin todas las casas quedaron cerradas y todos lo cadáveres
sepultados bajo la nieve. Entraron en el sótano, no querían hablar, no tenían
ganas de hacer nada, ni de existir, sin embargo vieron a los niños de cuatro,
cinco y seis años, estaban jugando, se divertían y reían. Diego se sentó junto
a ellos y los acompañó. Susana se acercó a la caldera y comenzó a cocinar. Las
lágrimas caían por sus rostros, habían enterrado a sus conocidos, habían
perdido a sus familiares y casi seguían como si nada. Susana miró a Raúl, no se
había acercado a ella en ningún instante.
- ¿Cómo
estás?-le preguntó mientras miraba la comida.
- Dentro de
lo que cabe-hizo una pausa y se sentó apoyado en la pared-bien.
- Yo estoy
destrozada, no puedo creer lo que estoy haciendo y lo que he hecho.-lo miró,
ella no había parado de llorar aquel día, había vomitado al ver al primer
asesinado y él estaba impasible.- ¿Cómo es qué no sientes nada?
Raúl se
levantó y salió del sótano.
- Creía que
vosotros os conocíais muy bien, por lo menos mi hermano a ti sí- la miró, ambos
estaban llorando, lloraban porque por mucho que intentasen pensar en otra cosa
las imágenes seguían en sus cabezas.- Mi hermano sí siente, tiene un corazón
enorme, incluso diría que sufre más que cualquiera que nosotros, es un sentimental.
Pero-respiró profundamente intentando no llorar más- también es más fuerte, es
de los que no muestra sus sentimientos, no es capaz, solo cuando escribe puedes
ver lo que hay dentro de él, sino, lo único que ves es un reflejo.
- Gracias.-le
dijo Susana, se levantó y salió del sótano.
Raúl
intentaba reparar el conducto de ventilación de la clase. Tenía medio cuerpo
dentro. Se acercó a él y sintió como la clase se calentaba. Raúl salió lleno de
hollín, llevaba una rata en la mano.
- Estaba
obstruyendo el conducto, ahora podremos vivir aquí, el sótano está muy mal
ventilado, podríamos morir por intoxicación.- dijo mirando la rata, su forma de
decirlo le mostraron a Susana que estaba muy triste, ni siquiera quería
mirarla.
- Gracias.
Siento mucho no haber comprendido tu situación, claro que tú también estas como
yo.- él seguía sin mirarla, así que ella tomo su barbilla e hizo que él la
mirase a los ojos- Hoy te he visto llorar, si quieres puedes llorar conmigo.
- Pero yo-
apenas podía hablar, las lágrimas habían inundado sus ojos y la voz le
temblaba- yo te he hecho daño, siento no habértelo dicho mejor.- Susana lo cayó
poniendo un dedo en sus labios y lo abrazó.
- Lo
dijiste bien, solo que yo me asuste y necesitaba estar sola, pero ahora me
tienes aquí, siempre me tendrás. Sufriremos todos juntos, no guardes las
lágrimas para ti solo, compártelas aunque sea conmigo.
Ambos se
fundieron en un abrazo, no sabían si era porque se encontraban en la salida del
conducto de ventilación o por que estaban muy juntos, pero empezaron a no
sentir frío. Raúl lloraba en el hombro de Susana y esta le acariciaba el pelo.
Hacia poco había tocado sus labios y su corazón estaba latiendo de una forma
que ella misma desconocía. Le encantaban los labios de Raúl, sus ojos, su pelo,
su olor, no podía dejar de mirarlo ni un instante si podía. Sus labios carnosos
de color carne, su piel fina, tersa, blanca, sus ojos azules como el cielo, su
pelo rubio que ella tanto deseaba que se lo dejase largo para poder
acariciarlo. Y ahora lo tenía ahí, en ese instante en el que el tiempo parecía
no transcurrir para ellos pero aceleradamente para el resto del mundo, él
lloraba de pena y ella sin poderlo evitar estaba teniendo uno de los instantes
más hermosos de su vida. Estaba abrazada a él sintiendo su corazón, sus caras
pegadas y ninguna limitación corporal, estaban totalmente unidos abrazando sus
caderas con las piernas y sus cabezas con los brazos. Raúl levantó la cabeza,
delicadamente siguiendo el rostro de Susana puso su frente pegada a la suya.
- Hace
calor.- dijo jadeando, miró como se encontraban y se levantó rápidamente, se
llevó una mano a la cabeza- Perdón, de verdad, lo siento muchísimo.
- No pasa
nada-rio, al ver que Raúl se ruborizaba-. Entre nosotros hay confianza, vamos a
llamar a los demás.
- Yo vo-voy
a terminar esto.- tartamudeó.
Susana
salió de la clase, el terminó su trabajo y se deshizo de la rata. Estaba muy
nervioso, tanto que no se había percatado que Susana también lo estaba.
Entraron Clara con los niños y se pusieron en una esquina a jugar, ella había
dejado claro que mientras no se encontrase bien se quedaría con los niños y no
haría nada más. Los demás quitaron mesas para disponer los colchones que habían
cogido de las casas. Cuando terminaron todo se pusieron a cenar en unas mesas que
habían puesto en la esquina de la clase.
Susana se
despertó asustada, tenía la sensación de que había tenido la peor de las
pesadillas de su vida, pero al ver donde dormía comprobó que no. A su mente
volvieron las imágenes de los catorce ancianos que habían enterrado en nieve.
Pero se quitó aquella idea de la cabeza al no ver a Raúl durmiendo con su
hermano. Salió de la cama rápidamente,
se puso un chaquetón y salió hacia el pasillo, la puerta que daba al sótano estaba
abierta. Para entrar en el sótano había que pasar por una sala donde se
guardaban los productos de limpieza. Bajando las escaleras pudo ver a Raúl, se
había quedado dormido junto a la caldera, la había mantenido encendida toda la
noche, solamente él se acordó de ello. Susana se acercó a él, estaba encogido y
parecía dormir profundamente. Susana aproximó su rostro al suyo dispuesta a
darle un beso en la mejilla pero él se despertó y la miró, ella se quedó
anonadada, la había cogido con las manos en la masa.
- Buenos
días.- se limitó a decir él.
- Buenas,
veo que eres el único que te has acordado de la caldera.- ella se sentó junto a
él.
- Me acordé
cuando ya estabais dormidos, no quise despertaros.
- Tenemos
mucho que hacer así que ve a la cama un rato, yo te sustituyo.
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