El sol comenzaba a salir por el horizonte, otro apacible día
en La Aldea. Lis se despertaba por el sonido de su despertador, lo apagaba y
abría la ventana dejando que entrara la luz natural en su habitación, no era un
espacio muy grande, los uniformados le habían asignado una nueva vivienda,
últimamente pasaban cosas extrañas. Lis se puso su ropa habitual, unos
pantalones largos marrones, una camiseta blanca de algodón y sus botas. Hacía
calor fuera pero para trabajar en el campo era necesario ropa larga, la época
estival se acercaba cada vez más. Salió al pasillo, tras recoger su pequeña
habitación con apenas una cama, un armario y un espejo.
Las viviendas en las que vivían eran habitaciones en grandes
residencias en las que podían habitar varias familias. Lis constituía una única
unidad familiar por sí sola, lo que la hacía una chica menos privilegiada.
Apenas disfrutaba de más privilegios por ser aún menor de edad, lo cual
terminaría en unos días cuando cumpliese dieciocho años.
Como único elemento de una unidad familiar contaba con
viviendas más pequeñas y la obligación de ser parte del equipo de cocina de la
residencia de primera orden, es decir, tenía que levantarse de las primeras
para preparar la comida para el resto de familias que sí tenían hijos o
mayores.
Hace un tiempo las cosas no eran así, las formas de regirse
eran distintas. Cuando ella tenía diez años la gente vivía en casas, la
individualidad no estaba prohibida ni castigada, y las acciones colectivas de
La Aldea consistían en trabajar para conseguir alimentos, crear casas, o tomar
decisiones, como el líder o la líder de La Aldea. Todo cambió cuando estalló el
conflicto bélico que redujo considerablemente la población dejándola a ella
huérfana. El conflicto se inició tras unos años de malas cosechas y hambre,
algunas decisiones del líder de aquel entonces habían conducido a esa
situación. El resto de habitantes se molestó bastante con el líder, el
descontento era generalizado, y el conflicto estalló cuando se descubrió que la
familia del líder y sus afines no pasaban hambre por un desigual reparto de
recursos. Fue a los dos días cuando los uniformados llegaron para poner orden.
Los uniformados, como ellos los llamaban, eran otros humanos
que venían de más allá del muro y traían algunos recursos que ellos no podían
producir, como la ropa, medicamentos, libros, todo aquello que no daba la
tierra dentro del muro. Estos uniformados les hacían pruebas de salud de toda
índole y luego preguntaban. Hacían muchas preguntas, a Lis le preguntaban
siempre por sus padres, ella ya no sabía qué más responder.
La primera familia que solía llegar al comedor principal a
comer era la del sacerdote, la iglesia era una institución amable y generosa,
defensora de los uniformados, quienes venían de más allá del muro y a los que
había que obedecer y respetar porque ellos estaban en pleno contacto con los
dioses de la vida y la muerte. Lis les atendía con la amabilidad requerida y el
respeto que se enseñaba desde que los uniformados intervinieron. Tras el
conflicto que redujo dos terceras partes de la población de La Aldea habían
aplicado una doctrina de convivencia, respeto y amor al prójimo, destruyendo
las casas y creando las residencias, haciendo que la población se tuviese que
comportar como un equipo.
La educación en La Aldea estaba en manos de la iglesia, el
sacerdote transmitía los conocimientos otorgados por los uniformados, no se
aceptaba otra realidad diferente a la enseñada por ellos, tampoco se imaginaba.
Pocos eran los que querían ir más allá del muro, el resultado era aterrador, se
les contaba desde niños que el muro fue creado por los dioses para protegerlos
del gran mal que se extendía en el mundo, salir más allá del mundo es muerte
inminente, por eso los uniformados vestían aquellas ropas naranjas que cubrían
todo su cuerpo y llevaban esas máscaras de cristal con las que respiraban a
través de una máquina.
El mundo de más allá del muro era tóxico, cruzar su puerta
suponía la muerte inminente a manos de un aire tóxico que los asfixiaba y
quemaba su piel. Lis sin embargo quería ver que había más allá, no en vano de
allí venían los uniformados, enviados de los dioses, aunque por mucho que
quisiera no lo conseguiría porque nadie ha encontrado la puerta nunca. Los
uniformados aparecían en vehículos blancos metálicos de cuatro ruedas que no
eran movidos por ningún animal y nadie
sabía de dónde.
Estaba prohibido dudar de los uniformados, hacerse más
preguntas de la cuenta, los mismos uniformados se aseguraban de que les eran
fieles con sus preguntas. Lis lo sabía, se consideraba los suficientemente
astuta como para entender sus preguntas. Ella vio la transición, después del
conflicto los uniformados tomaron el poder, antes eran quienes traían vienes
necesarios y velaban por su salud, ahora intentaban sin descanso moldear sus
conductas, todo con la escusa de asegurar y mantener la paz.
Muchos se habían declarado fieles a los uniformados,
adaptados al nuevo modelo y defendido unos principios que no alcanzaban ni una
década con ellos, pero a Lis no le convencían porque ella vio algo que los
demás no. Cuando estalló el conflicto ella se encontraba en el bosque,
recolectando frutos, iba a hacer un pastel con su madre, al escuchar cómo la
gente gritaba se subió a un árbol y vio el fuego, cuando un fuego se prendía
los uniformados acudían en pocos minutos a extinguirlo, esa vez no sucedió.
Ella se quedó esperando, rezando porque aparecieran y no lo hicieron. Lis se
acercó a La Aldea por la noche, cuando se cansó de esperar, entonces vio como
se mataban los unos a los otros. Al ver el desastre que se acontecía en el
lugar en el que vivía corrió a buscar a su madre o a su padre, los encontró
muertos en la entrada de su casa, y entonces lo vio: Una criatura blanca la
observaba desde el aire, esa criatura voladora que en principio ella creyó
malvada y luego comprobó que venían con los uniformados, trabajaba para ellos,
ellos estaban viendo todo eso y habían decidido no actuar. Esa fue la razón por
la que ella comenzó a dudar de lo buenos que eran los uniformados.
Después de alimentar a todos los habitantes de La Aldea, Lis
y los otros miembros que comprendían una familia por ellos mismos tenían
permiso para comer, disponían de media hora, después tenían que limpiarlo todo.
La rutina era la misma todos los días, tras la limpieza de las zonas asignadas
a cada familia tenían que asistir a media hora de misa en la iglesia. Allí las
familias se separaban por miembros, los solteros juntos, los niños a parte, los
adultos emparejados en otra. Lis tenía algún que otro pretendiente, pero
ninguno le interesaba, nadie despertaba
su inquietud.
Por la tarde Lis tenía turno en la granja, cuidaba de
gallinas, vacas y cerdos, casi todos los "individuales" lo hacían. El
objetivo de ponerlos juntos para todo era que pudiesen emparejarse entre ellos,
normalmente funcionaba.
Aquella tarde fue diferente, todo cambió tras sonar la
campana de la iglesia. La campana solo sonaba cuando los uniformados venían y
se requería a la población en la plaza de la iglesia.
Lis se puso en su fila, se sacudió su ropa y esperó. Los
vehículos llegaron rápidamente, los uniformados bajaron y empezaron a pedir que
uno a uno subieran a los vehículos para la inspección sanitaria. El proceso no
era muy rápido, solo enviaban ocho de esos vehículos que los uniformados
llamaban furgones. Lis subió al primer habitáculo del furgón y como de
costumbre en cuanto la puerta se cerró se quedó quieta. Unas luces salieron de
las paredes mientras una voz en off le decía que permaneciese quieta. Al
finalizar una puerta interna se abría donde había un uniformado esperándole.
Ella entró, saludó sonriente y se sentó siguiendo las indicaciones de la
uniformada. La uniformada se sentó también y se presentó con un número, sus
nombres eran números. Uniformada 0032, así se presentó. Lis estaba cansada de
esos protocolos y esas visitas por sorpresa, tras la presentación siempre
llegaba una extracción de sangre o de cualquier muestra que quisieran y una
serie de preguntas personales. Mentalizarse era fácil, sentirse bien ya era práctica,
Lis sospechaba de que ellos sacaban información de todo lo que ellos decían y
ella siempre trataba de ser útil pero sin darles lo que querían. Si los
uniformados decidían que era peligrosa sería condenada a muerte por la iglesia,
y eso no lo podía permitir. Lis sonrió y se sentó erguida, perfecta.
- Hoy no vamos a extraerte sangre, no ahora. -dijo la uniformada.
- No hay problema, cuando queráis. -dijo Lis sonriendo aún sabiendo que algo iba mal.
- Dime Lis, ¿por qué has decidido no tener pareja tantas veces? Sabemos que has tenido varias propuestas.
- No eran las personas adecuadas, creo que no hubiésemos sido una buena pareja, lo cual hubiese ido en contra de los designios de los dioses. Si he de mantener más tiempo mi individualidad para lograr una mejor familia lo haré el tiempo necesario.
- Entiendo, me parece apropiada tu decisión. ¿Sabes? No eres como los demás de La Aldea, piensas más por ti misma, dudas de muchas cosas, tienes más ideas, no te conformas fácilmente. Todo apunta a que no sigues los designios de la Iglesia. -dijo la uniformada seriamente.
- La individualidad conlleva a veces a eso, he vivido las dos épocas de La Aldea, creo que eso me da una perspectiva diferente, velo por el bien de todos, por ello dudo, no quiero que volvamos a acabar mal, sé que las cosas se pueden mejorar, vosotros mejorasteis La Aldea, por otro lado, llevo huérfana desde los diez años, eso me conduce a buscar más soluciones y a no conformarme fácilmente. Mi apreciación es que sí cumplo los designios de la Iglesia, no hago nada malo. -se defendió Lis con una sonrisa.
- Desde luego que no, por ello queremos llevarte con nosotros, formarás parte de un programa especial. Queremos que veas nuestro mundo y nos des tu opinión, además queremos que hables de La Aldea a otros que viven más allá. ¿Aceptas?-dijo la uniformada sonriendo.
Lis
se quedó en silencio, atónita, no se lo podía creer, cómo era posible algo así,
qué había más allá y por qué se la querían llevar a ella.
- Acepto. -dijo Lis con una suave sonrisa.
Lis no sabía nada de más allá del muro, pero aceptaba ir más
allá, lo deseaba en cierto modo. Descubrir que habría, de dónde venían los
uniformados, ver algo más que aquellos páramos que conocía desde pequeña.
La uniformada comenzó a sacarle muestras de todo tipo, con
una sonrisa en el rostro Lis se dejó, sabía que era lo que querían, una
perfecta sumisión. A diferencia de otras veces no la bajaron de la furgoneta y
se quedó sentada con la uniformada, no hablaron, la uniformada se limitó a
anotar cosas en una pantalla. Lis sabía que eran las pantallas porque en la
Iglesia había una gigante desde la cual los uniformados a veces hablaban. Los
uniformados tenían tecnologías a las cuales ellos no tenían acceso, estaban
prohibidas. La furgoneta se movió largo y tendido. Lis permaneció seria, algo
sonriente, intentando parecer alegre, como si disfrutara de la compañía de la
uniformada, pero lo cierto es que le incomodaba, no entendía tanto silencio.
Cuando la furgoneta se detuvo una pared lateral de la misma
se abrió automáticamente. La uniformada le indicó que se bajara, Lis observó
que estaban dentro de una sala blanca con luces blancas. Un sitio muy extraño.
Unos uniformados de blanco salieron de unas puertas que se abrieron en la
pared, llevaban unas extrañas bombonas a sus espaldas. Parecían los extintores
de las residencias pero más grandes. Esos uniformados blancos entraron en los
furgones y comenzaron a rociarlos por dentro con líquidos procedentes de esos
extintores. Los uniformados naranjas llevaban maletines de metal con las muestras
obtenidas de La Aldea. Lis no entendía bien lo que pasaba, demasiada
información lejos de todo lo que conocía para poder asimilarla. La uniformada
le dijo que la acompañara, junto con el resto de uniformados naranjas entraron
por otra puerta. Era un pasillo parecido a la entrada de los furgones por los
que siempre entraban y salían. Uno a uno las luces de colores miraban a través
de ellos. Los uniformados depositaban los maletines en un hueco en la pared por
los que desaparecían. Nadie se paraba, no era necesario.
A medida que avanzaban los uniformados se iban abriendo
puertas en aquel pasillo y siguiendo algún orden que ella desconocía se iban
metiendo en ellas. Su acompañante la llevó hasta el final, indicándole que la
suya era la última puerta, para aquellos que no tienen traje.
Lis entró, tras ella la puerta se cerró sola, eran puertas
extrañas que se enterraban en la pared, una voz en off comenzó a hablarle. Todo
estaba muy oscuro, lo primero que le pidió la voz fue que se quitara la ropa,
según la voz debía dejarla en el suelo. Cuando se quedó completamente desnuda
una luz se iluminó delante de ella, ahora que podía ver, veía que estaba en
otra especie de pasillo más estrecho. La voz le dijo que avanzara hacia la
segunda plataforma, al menos así la había llamado. Lis obedeció, tras ella se
cerró una puerta de cristal, y la sala en la que había estado comenzó a arder
junto a su ropa. Lis se asustó. La voz en off le pidió que se calmara, que era
parte del proceso de descontaminación. Dentro del pequeño cubículo en el que
estaba comenzó a caer agua, era una ducha. La voz le advirtió que la fuerza del
agua y la cantidad irían aumentando, además le notificó que debía cerrar los
ojos cuando ella le pidiese porque no siempre caería agua.
Al cabo de un rato la ducha cesó, y la siguiente puerta se
abrió, Lis ya estaba aburrida de la ducha y no quería más, se sentía indefensa
y notaba algo extraño en su piel, sin embargo la siguiente plataforma era otra
ducha en horizontal. La voz en off le pidió que mantuviese los brazos estirados
y la cara hacia arriba. Lis obedeció sin rechistar de nuevo, al menos el agua
no estaba fría. La siguiente plataforma fue la de secado. Tras ella otra
plataforma con luces. Cuando la última puerta se abrió Lis dio de lleno con una
gran claridad, era fruto de una luz artificial. Estaba en otra sala blanca,
pequeña, con una camilla como la de la clínica de La Aldea. Un uniformado de
blanco le pidió que se acostara, Lis fue a hacer el amago de taparse pero
rápidamente entendió que sería inútil, se comportó como si aquella situación
fuese de lo más natural para ella.
El uniformado comenzó a extraer muestras de su cuerpo y a
explorar una a una cada parte de su cuerpo, a penas pedía permiso, solo
indicaba. Solo vio sonreír al uniformado y sentir algo de calidez en él cuando
le dijo que estaba todo bien. Lis agradeció el trabajo del uniformado, este
comentó que era su trabajo y le pidió que le siguiera. La siguiente sala
parecía la boutique de La Aldea, estaba llena de ropa para mujer, toda de la
talla de Lis según el uniformado. Él le explicó que debía vestirse según sus
gustos. La chica vio vestidos de todas las clases pero se decantó por un mono
beis de manga corta poco escotado. Debajo de cada prenda de ropa había una caja
con sus zapatos. Lis nunca había visto unos zapatos tan bonitos, brillaban, en
La Aldea solo había botas.
El uniformado le pidió que la acompañara a la siguiente
sala, una mujer no uniformada estaba sentada en un gran sillón mirando a través
de una ventana gigante que casi ocupaba toda la pared. La mujer era rubia, de
ojos verdes, piel blanca, delgada y joven, vestía un traje de chaqueta con un
elegante pin en forma de octógono. El uniformado le pidió que se sentara en el
otro gran sillón que estaba en frente del de la mujer. La sala apenas estaba
decorada, una maceta en una esquina, los dos sillones y una mesa pequeña en el
centro.
El uniformado se marchó.
- Buenas tardes Lis, mi nombre es Yley. -dijo la mujer mirándola a los ojos finalmente y sonriendo.
- Buenas tardes, encantada Yley. -dijo Lis con una cándida sonrisa.
- Tú no sabes quién soy, y yo sin embargo sé muchísimo de ti. -la mujer sonrió mientras cruzaba las piernas y se recostaba en el sillón- Yo soy la actual presidenta del gobierno de la nación humana, la GNH, o simplemente gobierno, ya que no hay otro más en todo el mundo. -Lis dejó de sonreír y empezó a escuchar atenta, la presidenta levantó una mano y uno de los cristales de la ventana empezó a mostrar imágenes- Estás en el planeta tierra, la madre de la humanidad, su cuna y su eterno hogar, así lo disponen nuestras leyes. Nuestro deber es protegerlo y seguir viviendo en él, sin embargo eso no siempre fue así. Hace ya muchos años, siglos de hecho, la humanidad crecía descontroladamente, esquilmando la tierra, no velaba por nada ni nadie, ni por ellos mismos, estaban distanciados, rotos y corruptos, se hacían daño los unos a los otros incluso. Un gran conflicto desencadenado por la falta de agua potable casi acaba con la población mundial, hasta que la razón, la lógica y la humanidad se impuso. Los pocos humanos que quedaron unieron fuerzas y recursos en el pos de un desarrollo tecnológico que los salvara, eso creó esta nueva era. Se consiguió potabilizar las aguas, alterar el clima y la atmósfera de la tierra, controlar el resto de especies de la tierra y por último y más importante, el programa Genoma, un programa que nos ha dado el control de nuestra humanidad.
Lis miraba confusa y atormentada todas las imágenes mientras
escuchaba la conversación, no daba crédito a lo que veía, hordas de
destrucción, masacre, hambre, odio y muerte.
- El equipo de psicólogos ya nos avisó de las probabilidades de que no fueses capaz de diferir tanta información, pero no tenemos tiempo suficiente para dosificarte la verdad como nos gustaría. -dijo la presidenta.
- ¿No tenemos tiempo? -preguntó Lis mientras la miraba preocupada.
- Al inició de mi presidencia me comprometí a que el programa al que perteneces tuviese más avances, sin embargo no está pasando, y eso se traduce en una mala puntuación para mí, por ello hablo contigo personalmente.
- ¿Programa? ¿Qué programa? -preguntó Lis arqueando una ceja.
- Tal y como decía el equipo responsable de ustedes tú reaccionarías bien a la verdad. -Lis sonrió tímidamente- Perteneces a un programa de investigación de la naturaleza del ser humano, se intenta replicar las condiciones en las que se vivían anteriormente para estudiar cómo fue posible que la humanidad casi llegara a extinguirse a sí misma.
Lis
miró a la pantalla que mostraba las imágenes de guerra y de dolor, entonces
recordó a su aldea y entendió por qué no actuaron, estaban estudiando sus
conductas.
- No sé bien cómo puedo ayudarla yo entonces. -dijo Lis algo atormentada, no se sentía bien ante las imágenes que estaba viendo, pero no quería mostrarse vulnerable, sentía un conflicto de emociones en su interior que no lograba comprender.
- No es algo difícil lo que tienes que hacer, solo dar tu opinión, hablar, responder preguntas sobre el mundo que conocías y el mundo que vas a conocer ahora. -dijo sonriente la presidenta, aunque era una sonrisa falsa ensayada en el espejo cientos de veces- Creemos que así avanzaremos significativamente en la investigación.
- Entiendo.
Lis se empezó a sentir mareada, intentaba evitar mirar las
imágenes pero no podía, y ella nunca había visto tanta sangre y tanta
violencia. Por suerte para ella, la presidenta se levantó y se despidió, las
imágenes dejaron de proyectarse y Lis se quedó sola en el sillón mirando por la
ventana, a través de ella se podía ver un hermoso bosque, no parecía tener fin
ni un muro que lo limitara, Lis empezó a sentirse mejor. La presidenta le había
dicho algo antes de marcharse pero ella no la había escuchado, estaba algo abstraída
por el mareo.
Un señor de unos cuarenta y tantos años se le acercó,
llevaba un traje chaqueta azul, piel oscura, ojos marrones, pelo negro corto, y
una carismática sonrisa. El señor comenzó a hablarle pero ella no le escuchaba.
El señor se sentó delante de ella y se quedó observándola, Lis apenas le miró a
los ojos. Le costó reaccionar, desconocía por qué pero se había sumergido en sí
misma, ahogada en un pozo infinito de sentimientos y emociones que no
conseguían tener nombre. Lis estaba demasiado confusa como para escuchar, pero
algo dentro de ella le despertó. Quería saber sobre ese mundo nuevo que iba a
conocer, y no quería que descubrieran sus debilidades, debía reaccionar, aquel
tipo de personas no perderían el tiempo con ella si no les era útil, y ella
sospechaba que eso no podía ser bueno.
- Me llamo Lis, encantada. -dijo Lis tendiendo la mano.
- Me llamo Caf, mucho gusto. -dijo Caf respondiendo a su saludo- Veo que eres zurda, es una peculiaridad genética que no se da.
- Pues donde yo vivo sí, no soy la única. -dijo Lis mirándose su mano izquierda.
- Nosotros lo evitamos, ya te explicaré más adelante cómo, creo que por hoy ya has tenido mucha información. -el hombre sonrió- Yo soy tu asistente, voy a encargarme de tu adaptación, de que estés bien, feliz, de que no te pase nada, puedes confiar en mí, mi acuerdo de confidencialidad me prohíbe contar nada tuyo, aunque no espero que lo hagas, simplemente quiero que te sientas cómoda. -Lis asintió frunciendo el ceño- ¿Qué te parece si hablamos de mundos para referirnos a lo que conoces y a lo que no? Es decir, el lugar donde has vivido es el otro mundo, el que conoces, y este es el mundo, o el nuevo mundo, el que debes conocer porque ahora vives en él.
- Está bien, ¿tan distintos son? -preguntó Lis.
- Mucho, pero vayamos poco a poco, para empezar debo implantarte el chip.
Caf le pidió que tendiese su antebrazo derecho donde le
implantó un chip con una especie de bolígrafo que sacó de su bolsillo, Lis
apenas sintió nada ni lo entendió, quiso preguntar pero sabía que sería inútil,
prefería analizar primero al hombre que decía que iba a ser bueno con ella. Caf
sacó de su bolsillo una pulsera que parecía de cristal, la pulsera se puso de
color negro cuando se la puso en la muñeca Lis.
- ¿Qué es todo esto? -preguntó Lis.
- El chip monitoriza tu estado de salud en tiempo real y la información se vuelca en las bases de datos del sistema sanitario, es por tu protección. Todos llevamos uno, también sirve como identificación personal. La pulsera es un dispositivo electrónico que te permite interactuar con otros dispositivos, también guarda la información que quieras. Puedes elegir el color, salvo el transparente, solo está así cuando ha sido borrada.
- Creo que no entiendo nada. -dijo Lis.
- Ya irás entendiendo, poco a poco. -dijo Caf sonriendo, le había hecho gracia de verdad.
Caf llevó a Lis por los pasillos de ese extraño edificio de
metal y plástico hasta lo que Lis interpretó como una azotea gigante, que en
realidad era un helipuerto. Un coche sin ruedas que flotaba en el aire los
estaba esperando, no había conductor ni nada parecido, no se veía si quiera un
volante. Lis y Caf se sentaron dentro, las puertas se cerraron solas y el
vehículo empezó a volar lejos del edificio sobre el bosque que rodeaba el
complejo. Lis se sintió algo mareada, el coche informó de su estado y abrió una
ventana para que Lis tuviera algo de aire fresco, Caf le explicó que era
gracias al chip y la pulsera. Según Caf en el nuevo mundo había un gran avance
tecnológico, todo basado en funcionalidad, eficacia, eficiencia y todo para
mejorar la vida de los ciudadanos, por ello mucha tecnología era autónoma, no
precisaba de comandos. El tiempo era oro para ellos, no podían perderlo.
Lis tenía que reconocer que estaba bastante sorprendida con
todo lo que veía, y le daba la razón a la presidenta en eso de que otro de La
Aldea no hubiese sabido llevar todo eso, pero en cierto modo ella no lo
llevaba, solo disimulaba.
El vehículos los dejó a ambos en un lugar, que según una voz
proveniente del vehículo, se llamaba complejo residencial 89, de New Island.
Caf le explicó que cada barrio tenía una numeración y que donde estaba su casa
era en ese complejo residencial, el 89. Lis repitió varias veces lo de 89 para
no olvidarse y Caf, se rió, según él con solo decir que quería ir a casa
cualquier transporte la llevaría, ya que en su identificación constaba donde
era su residencia. Lis asintió sorprendida, aquellas máquinas lo sabían todo.
El complejo residencial era, a ojos de Lis, un edificio
gigante, una mole de piedra y cristal que se alzaba hacia el cielo, de hecho el
coche no les había dejado a ras del suelo, más bien a la mitad. Por lo que ella
veía el complejo era un gran círculo con un espacio dentro, al parecer dentro
de ese espacio había pequeños sitios de ocio, rodeando el complejo había un
bosque y según Caf un mar, aunque Lis no sabía qué era eso.
Caf la condujo por dentro del edificio, las luces se iban
encendiendo solas, cada vez era más de noche. Una puerta con un letrero
luminoso al lado con el número 1263 se abrió nada más acercase ambos. Era su
residencia según Caf, el hogar de Lis, la cual podía pedir que le dieran otra
si no era de su agrado, aunque según Caf todas eran muy parecidas.
La casa era muy grande para Lis, acostumbrada a espacios pequeños
ahora iba a vivir en una casa con entrada, salón, cuarto de baño propio con
bañera y ducha y un dormitorio con una cama de matrimonio para ella sola. Todo
ello decorado a la perfección, fuentes en casi todas las habitaciones, plantas,
cuadros con paisajes, y suelo de parqué, que a Lis le pareció de lo más bonito.
Una de las paredes del salón una gran cristalera que daba hacia una terraza,
Caf le pidió que le acompañara y allí fue donde por primera vez Lis vio el mar.
La inmensidad de agua sin un horizonte definido, el chocar
de las olas contra el acantilado, el color azul, la sensación de vida, la
brisa, la luz reflejándose en destellos, Lis no cabía en sí de gozo al verlo, y
una cosa entendió de todas las que pasaban por su cabeza: había cosas que desconocía
y que no le habían permitido conocer, ahora quería conocer todo lo que le fuera
posible y seguir sorprendiéndose con todo.
Comentarios
Publicar un comentario
Sé crítico